Dolor y debilidad en la parte externa del tobillo

La tendinopatía de los peroneos es una afección que afecta a los tendones situados en la parte externa del tobillo, conocidos como tendones peroneos largo y corto. Estos tendones desempeñan un papel fundamental en la estabilidad y movilidad del pie, especialmente durante actividades como caminar, correr o saltar. Son los encargados de permitir el movimiento de eversión (girar el pie hacia fuera) y ayudan a evitar que el tobillo se desplace hacia adentro de forma incontrolada, protegiéndolo de esguinces y torceduras.

Este tipo de lesión suele aparecer cuando los tendones se inflaman, se sobrecargan o sufren pequeños daños progresivos en su estructura. Aunque no es una de las causas más frecuentes de dolor de tobillo, puede resultar muy molesta e incapacitante si no se diagnostica y trata a tiempo.

Causas y factores de riesgo

Las causas de esta patología son variadas, aunque en la mayoría de los casos se relaciona con un exceso de uso o con la acumulación de pequeñas lesiones por movimientos repetitivos. Deportistas que realizan cambios de dirección frecuentes, corredores, excursionistas o personas que caminan mucho sobre terrenos irregulares tienen un mayor riesgo de desarrollarla. También es habitual que aparezca tras esguinces de tobillo mal curados, ya que estos traumatismos pueden debilitar o inflamar los tendones, haciendo que trabajen en condiciones poco favorables.

Por otro lado, ciertas características estructurales del pie, como tener el arco muy elevado (pie cavo) o una pisada con tendencia a supinar, pueden aumentar la tensión sobre los peroneos y facilitar la aparición del problema. Incluso el uso prolongado de calzado inadecuado: demasiado blando, desgastado o sin sujeción lateral, puede convertirse en un factor de riesgo añadido.

Síntomas y evolución

Los síntomas suelen comenzar de forma progresiva. Lo más habitual es notar un dolor localizado en la parte externa del tobillo, que aparece o se intensifica al caminar, correr o subir escaleras.

Muchas personas refieren una molestia que puede confundirse con un esguince leve, pero que no mejora con el paso del tiempo. A veces, el tobillo se inflama o aparece una ligera hinchazón en la zona del tendón. En otros casos se percibe una sensibilidad aumentada al tacto o una sensación de inestabilidad al apoyar el peso, como si el tobillo ‘fallara’ o no ofreciera seguridad suficiente. En fases más avanzadas puede incluso producirse debilidad muscular o un chasquido al mover el pie.

Diagnóstico

Para confirmar el diagnóstico es necesario acudir a un especialista en pie y tobillo. El primer paso es realizar una evaluación clínica completa, que incluya una exploración detallada del recorrido de los tendones, pruebas de movilidad y test específicos de resistencia.

En muchas ocasiones, esta valoración es suficiente para identificar la lesión. No obstante, las pruebas de imagen como la ecografía o la resonancia magnética permiten valorar en detalle la estructura del tendón, detectar engrosamientos, inflamación o posibles roturas parciales. También pueden solicitarse radiografías para descartar otras causas de dolor en el tobillo o evaluar la alineación ósea.

Tratamiento y recuperación

En la mayoría de los casos, el tratamiento de esta lesión es conservador. Es fundamental reducir las actividades que provocan dolor y dar un periodo de reposo relativo al tobillo, sin dejarlo completamente inactivo. Aplicar frío local varias veces al día ayuda a controlar la inflamación, al igual que los antiinflamatorios no esteroideos si el dolor es persistente. El uso de un calzado adecuado, con buena amortiguación y soporte lateral, es clave para descargar la zona afectada. En casos con alteraciones en la pisada, las plantillas personalizadas pueden redistribuir las cargas y reducir la tensión sobre los tendones.

La fisioterapia juega un papel fundamental en la recuperación. El trabajo con ejercicios específicos permite mejorar la flexibilidad del tobillo, fortalecer los músculos implicados y entrenar la propiocepción, es decir, la capacidad de mantener el equilibrio y la estabilidad durante el movimiento. Este enfoque activo mejora notablemente la función del pie y reduce el riesgo de recaídas.

En casos resistentes al tratamiento convencional, pueden utilizarse terapias complementarias como la aplicación de ondas de choque o la infiltración con plasma rico en plaquetas (PRP).

La cirugía solo se contempla en situaciones excepcionales, como cuando existe una rotura tendinosa o el dolor persiste durante muchos meses a pesar de un tratamiento bien realizado. En esos casos, el procedimiento quirúrgico busca reparar o reforzar el tendón dañado y suele requerir un proceso de rehabilitación posterior.

Prevención y conclusiones

La mejor forma de prevenir esta lesión es cuidar el estado del tobillo desde fases tempranas. Utilizar un calzado apropiado para cada actividad, evitar los cambios bruscos de intensidad en el entrenamiento y mantener una musculatura fuerte y flexible son hábitos muy recomendables. También es importante prestar atención a las pequeñas molestias del tobillo y no ignorarlas, sobre todo si hay antecedentes de esguinces o inestabilidad previa.

Detectar esta lesión a tiempo y seguir un tratamiento personalizado permite recuperar la función del tobillo, aliviar el dolor y volver progresivamente a la actividad normal sin limitaciones. Si notas molestias persistentes en la parte externa del tobillo, especialmente al caminar o practicar deporte, lo mejor es consultar con un especialista antes de que la situación se complique.

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